lunes, 22 de febrero de 2010

Carrusel

Estaba de visita en el pueblo donde nací, crecí, y que dejé hace tanto tiempo atrás, cuando me puse a estudiar en la Capital. Lo visito algunas veces, mi madre aún vive ahí. Nunca antes me paso nada igual a ese día en que salí a caminar, nunca más me sucedió después de esa vez...Fue ese día y nada más.

Esa tarde salí a caminar por el pueblo, no tenía un rumbo fijo, simplemente me deje llevar por el instinto, por el recuerdo, por las sensaciones, que algunas calles me traían. Mientras iba caminando, encontré una plaza vacía, que de pronto me pareció vagamente conocida, estaba al final de una calle, bien solitaria, con casas que parecían no tener habitantes. No supe bien en qué momento dí la vuelta en alguna de las esquinas y me encontré con este lugar tan distinto al resto. Tenía un aire a recuerdo, pero se diluía rápidamente, sin alcanzar a retener el lugar en mi memoria. Tenía una intuicion, pues sentía, que me era muy familiar, y cercana, esa plaza.

Tiene pocos árboles y hay uno que otro banco; está muy en silencio. Hay un columpio roto, un resbalin que no tiene pintura, un sube y baja de madera; No tiene césped, apenas unas plantas que seguro tienen aún reserva de la última lluvia, como único recurso para sobrevivir. Me azota un calor, el sol de mediodía, está totalmente directo en mi cabeza, es verano intenso, miro el cielo tan azul, tan luminoso, que me ciega por un momento los ojos al mirarlo. Me llegan unas risas de niños, me doy vuelta y en el centro de la plaza veo, para mi total asombro, un Carrusel muy viejo, con sus caballos, con una madera muy gastada por la lluvia, con una pintura que ya ha sido toda arrancada por el viento y el agua. Tiene unos pequeños espejos que están rotos, todos partidos. Las luces que llenan los costados, están sin sus ampolletas. Todo parece en total abandono, como todo el resto de la plaza, de la calle, del lugar entero. Pero, no sé de dónde escucho risas de niños, me sonrío, me produce una alegría y un nerviosismo que me revolotea en el estomago. Estoy sola parada mirando esa antigua calesita, tengo una emoción que se acrecienta, y miro hacia mí alrededor y estoy tan sola.

¡Sube! Siento que me gritan desde arriba del carrusel, miro con asombro, no hay nadie, ¿Quién me hace una broma? Quizá alguien me siguió sin darme cuenta y ahora se ríe de mí.

¡Sube! Ven rápido que ya parte!!

Miro, miro con mayor expectación, me llegan más nítidas las risas, ahora son muchas más; Entonces, doy un paso para subir al carrusel, y me sorprendo de ver, que mis zapatos son pequeños, de charol negro, donde sobresale un bello calcetín blanco, bien doblado a los tobillos y con una flor bordada delicadamente, y en color violeta. Cuando pongo ambos pies y estoy arriba, siento una música, y se encienden todas las ampolletas. Oh!! Me tapo los ojos, y la boca!! con asombro, miro el cielo del carrusel y tiene tantos colores! Entonces, sucedió lo más extraordinario, me miré en el espejo y vi una niña, me parece conocida, me acerco con precaución, cuando ya estuve en frente de la imagen, di un salto hacia atrás! Era yo!!! Yo!!! Pero niña!!! Con mis dos trencitas a los costados de mi cabeza, mis ojos vivaces, mi sonrisa, y hasta estoy sin los dos dientes que perdí a los seis años. Cerré rápidamente la boca, me daba tanta vergüenza cuando mis hermanos me decían la ¡¡“Vieja sin dientes”!!. Entonces sentí la voz de mi hermana que me decía. ¡Ya, vieja sin dientes, súbete a tu caballo que vamos a partir! La miré con enojo, pero en cuanto reconocí mi lindo caballito, con sus colores y rayitas doradas, (como un caballo de princesa), nuevamente sonreí con mis dos dientes menos.
Mi Corcel, con su pelo suave, sus ojos inmensos, sus pestañas siempre inclinadas al cielo. ¿Me llevarás a volar? Le dije aferrada a su cuello, y él me guiño con sus ojos grandes y azules, como siempre lo hace. Solté una risita de contento, ya sabía lo que venía, y yo con las trenzas tirándome el pelo, mamá lo hacia así para que me viera mas ordenada, pero yo quería sentir el viento... ¡El viento mamá!... porque cuando mi corcel vuela, el viento pasa por mi pelo y me lo desordena y eso me gusta tanto. Pero no! ahí estaba, con mis trenzas bien tensadas.

Comenzó a dar vueltas lentamente el Carrusel, sentí un vértigo en el estomago, la emoción del viaje fantasioso; Un vuelo rasante por sobre el mar, siempre me produce un poco de mareo; pero es demasiado bello. Lento... lento, veo pasar la vida girando ante mis ojos, se ven los rostros desconocidos de tanta gente en cada vuelta. ¿De dónde salió toda esa gente? Y de pronto veo el rostro de mi padre, con sus ojos verdes, su piel canela, su mano en alto y sonriendo, lo saludo sin temor a soltar una mano, pues ya soy experta en equilibrio, ya puedo saludarlo en movimiento. ¿Hace cuánto que no te veo papá? Hace tantos años, ya son ¡catorce¡ Tantos! Casi había olvidado tu cara y tu sonrisa; el verde de tu mirada, tu pelo blanco, tu piel tan lisa. Te sonrío y no me avergüenzo por mi boca desdentada, son sólo dos papá, ya crecerán los otros dientes, ¿Cierto? Mamá está a su lado, tan joven, tan bella, su morena piel, su porte de reina, su saludo señorial, su olor a crema, el aroma de su pelo, su vestido entallado y su chaleco blanco sobrepuesto.
Trato de alcanzar a mis hermanos, que van más delante de mí, y otros que van detrás no me pueden alcanzar, sus caballos son tan lentos, Les hago una burla y río fuerte. Luego, cierro los ojos y comienzo a elevarme, miro hacia el suelo y ya no estamos sobre la tierra. Me llevas... me llevas, tocaremos el cielo, pasaré mis dedos por entre las nubes, mojaré mis trenzas al rozar los océanos. ¡Tus alas!Despliegas tus alas y el viento te empuja. Sonríe mi padre y mi madre... sus caras brillan con el reflejo del sol; desde la altura les tiro un beso, mientras me pierdo entre tanto azul.

Abro los ojos y estoy detenida. ¡Todos tienen que bajar! Dice un señor, que tiene muchos boletos en la mano. ¡No puede ser! digo indignada, ha sido la vuelta más corta que nos han dado. Me bajo del carrusel apretando los nudillos de mis pequeñas manos. Cuando pongo un pie sobre la plaza, veo mis zapatos azules de taco, mi cartera que ha quedado en el suelo, un silencio total en todo el lugar. Toco mi pelo que llevo suelto, mi falda, mi blusa. Miro el carrusel y no entiendo nada, es el viejo carrusel de hace tantos años atrás, en solitario.

De pronto, escucho una voz, que me dice:

¿Te subes otra vez? Mi padre me mira, me entrega el boleto, sonrío sin mis dientes, siento que soy más feliz, que el último segundo anterior... en que fui tan feliz.

Anouna